El derecho a la melancolía

Galeno por supuesto moriría ignorando el bien que hizo al poner sobre la mesa un artefacto agudo que durante milenios nos ha permitido escarbar sin timidez en la profunda caverna que es nuestra existencia. Y aunque quizás algunos no estén de acuerdo, yo rescato el valor de ese aparato, defiendo con seriedad un derecho a la melancolía. 

Durero- Melancolía 1.

A Claudio Galeno de Pérgamo se le ocurrió por primera vez, en nuestra historia occidental escrita, registrar la expresión melankholía ‘bilis negra’, ‘mal humor’, que con diccionario en mano encontraríamos como ( mélas ‘negro’ y kholé ‘bilis’; término propio de la medicina antigua que se ha mantenido relacionado con el resultado de la bilis negra, la tristeza). Galeno por supuesto moriría ignorando el bien que hizo al poner sobre la mesa un artefacto agudo que durante milenios nos ha permitido escarbar sin timidez en la profunda caverna que es nuestra existencia. Y aunque quizás algunos no estén de acuerdo, yo rescato el valor de ese aparato, defiendo con seriedad un derecho a la melancolía. 

Ya para los griegos la melancolía representaba un estado superior de los espíritus creativos y hasta el propio Aristóteles la señaló como un atributo del genio. Se puede rastrear fácilmente en nuestra tradición literaria el peso que desde aquellos días, pasando por el Barroco, el Romanticismo y el Existencialismo, la bilis negra ha dejado en nuestra psique. Sufrimos porque somos conscientes ante la inminencia de la muerte, las contradicciones diarias a las que nos exponemos actuando o no, la sospecha de que el mundo sigue siendo un lugar extraño al que no pertenecemos… 

Jr Korpa

Es tan hermosa la dicotomía que entramos en ella sin escapatoria, es un pantano perfumado que nos engulle con himnos de colores, como la vida misma, siendo en ocasiones sólo el sentido del humor quien tire una soga salvavidas que por supuesto no es tal, pero simula aliviar el pesar vestido de resignación. Riámonos a carcajadas, estiremos las piernas sin preocuparnos decía Ryokan EL Gran Tonto.

Con Camus tocamos fondo y entendimos que también hay otra forma de abordar la profundidad de la tristeza, sonriendo como Sísifo en la cumbre y asumiendo la tarea de ser felices y entregarnos plenamente a la existencia, si en realidad esa ha de ser nuestra decisión última: permanecer, estar. Por supuesto la otra opción es el suicidio, coherente y ecuánime si tras la revisión de la propia vida hallamos que no merece ser vivida. 

Es tan hermosa la dicotomía que entramos en ella sin escapatoria, es un pantano perfumado que nos engulle con himnos de colores, como la vida misma, siendo en ocasiones sólo el sentido del humor quien tire una soga salvavidas que por supuesto no es tal, pero simula aliviar el pesar vestido de resignación. Riámonos a carcajadas, estiremos las piernas sin preocuparnos decía Ryokan EL Gran Tonto. 

No importa su grado de comprensión ante esto, necesitamos la melancolía. 

La tristeza nos determina, es tan inherente a la condición humana como el sol a la tierra. La melancolía baña nuestros campos para que florezcan las ideas, ha impulsado las civilizaciones a transformarse, para bien o para mal; encumbra al ser humano pues lo sublima, le relega y al tiempo lo estremece; en la soledad se convierte en juez y verdugo de las almas impías; en la multitud manufactura coros de arrepentimiento, dolor y mansedumbre religiosa. ¿Cómo no apreciar el valor del triste, que hundido en el pozo del sufrimiento mira de soslayo la tenue luz de la esperanza que le baña y se niega a reconocerla como consuelo último ante la desesperación?

Todos estamos tan tristes que los expertos siguen inventando herramientas tecnológicas y mediáticas que nos ayuden a evadir el estado de melancolía. Todos nos sabemos tan inciertos que buscamos cada día catéteres, válvulas que drenen la bilis negra y nos devuelvan a los “países de cucaña”, a los paraísos de ficción que elegimos ante la crudeza de la realidad. 

La melancolía baña nuestros campos para que florezcan las ideas, ha impulsado las civilizaciones a transformarse, para bien o para mal; encumbra al ser humano pues lo sublima, lo relega y al tiempo le estremece; en la soledad se convierte en juez y verdugo de las almas impías; en la multitud manufactura coros de arrepentimiento, dolor y mansedumbre religiosa.

Digo “todos”, porque es natural, como el llanto. Digo “todos” porque todas las almas están compuestas de la misma sustancia, las mismas oscuridades, las mismas sombras. En algunos los abismos son más profundos porque el tiempo o las acciones de otros han erosionado sin tregua lo que al nacer fueron valles prolijos.  Digo todos porque hasta la mujer más feliz hoy, viene de recoger sus lágrimas en un pasado no muy lejano; digo todos porque sin intenciones peyorativas rescato el derecho a la melancolía de los hombres que al saberse mortales, también lloraron sin consuelo, gritaron al vacío y arañaron la tierra baldía que por sorpresa heredaron de sus ancestros sin un propósito real más que matarse unos a otros por poseerla.

La tristeza, más que el júbilo, nos determina. 

La amargura por otro lado, es la máscara que usamos para ejercer sobre el mundo la destrucción a la que desemboca toda frustración irresoluble.

Que no se confunda una defensa de la melancolía con un elogio a la amargura, tan diferentes son como causa y efecto, contenido y contingente. La melancolía, inminente al ser conscientes, no se elige. La amargura por otro lado, es la máscara que usamos para ejercer sobre el mundo la destrucción a la que desemboca toda frustración irresoluble. Tan agudas como hermosas son las aristas del prisma, separándolo del plano infinito donde todo ocurre a la vez, pero elegimos qué ver, qué conectar y trasladar a la realidad desde el éter de las percepciones. 

Ejerzamos, pues, nuestro natural derecho a la melancolía.  Sin postrarnos ante ídolos, sin despreciar al otro que no lo comparte aunque lo lleve camuflado en su interior (sabiéndolo o no).

…que en las pinturas blancas y tristes del invierno también hay sonrisas dibujando esperanzas, así como en los nocturnos de Chopin un escalofrío puede recorrer nuestra espina con el brote triste del primer tallo en la tibia primavera. 

Anterior
Anterior

¿No hay “Negros” en Argentina…. Ni “Blancos” en Francia?

Siguiente
Siguiente

Radiohead en Primavera