El Principio del Fin

Charlie Ocampo

“Todos sufren y cada uno sufre porque piensa. En el fondo, el espíritu del hombre no piensa más que en lo eterno, y la conciencia de la vida no puede ser más que angustia”

André Malraux en La Condición Humana

Frantisek Duris


El fin de la vida misma y nuestro temor natural a desaparecer han escalado desde la percepción individual del sufrimiento y la angustia, hasta el colectivo social en el que se manifiesta como ese Armagedón que tanto necesitamos.

Nada nuevo ni sorprendente bajo el sol: el mundo se está acabando desde que empezamos a registrar historia y existe bastante evidencia en textos antiguos de nuestra propensión a sentirnos constantemente bajo la amenaza de un “fin inminente”. Spoiler: el mundo no va a llegar a su fin… al menos no todavía.

Parece una expresión del inconsciente que nos acecha sin tregua desde hace milenios porque está implantada en nuestra psique más primitiva.

El fin de la vida misma y nuestro temor natural a desaparecer han escalado desde la percepción individual del sufrimiento y la angustia, hasta el colectivo social en el que se manifiesta como ese Armagedón que tanto necesitamos.

Tanto en las mitologías abrahámicas que fundaron religiones como el Catolicismo y toda la cristiandad secular, como algunas contemplaciones orientales tan de moda por estos días, el fin del mundo es una constante que justifica la existencia misma dada la promesa de la redención, la resurrección y el retorno a un paraíso.

Es decir, necesitamos la amenaza de la desaparición, los finales siniestros y dramáticos que nos conmuevan en vida a hacer el bien, arrepentirnos y ser dignos de la salvación y la absolución ulterior.

No sé ustedes, pero en mi caso, la escasa literatura a la que me he podido aproximar y cuarenta años de experiencias más o menos tórridas y felices, me han ayudado a comprender en una trastabillante pero honesta comunión desde la mirada de otros y la propia , que el planeta es lo que es, con o sin nosotros y que la idea de “mundo” es nuestra, es la palabra que usamos para designar el conjunto de interacciones y construcciones sociales por las cuales estamos aquí como especie.

Aquí somos sólo invitados; según el consenso científico, apenas saltamos de los árboles a las praderas hace 200 mil años, comenzamos a elaborar lenguajes más complejos por lo cual desarrollamos herramientas más sofisticadas, dando paso a una carrera de expansión por el planeta que comenzó hace menos de 50 mil años. Parece mucho, pero en la escala cósmica ya el planeta tenía cerca de 4.500 millones de años de antigüedad, en un universo de aproximadamente 13.700 millones.

Si estos números todavía no les sorprenden, es pertinente reconocer que sí, el mundo se va a acabar, pero sólo de dos posibles maneras.

La primera es cuando usted muera: el final personal, el más digno y natural, quizás.

La segunda es inevitable y no seremos testigos, pues nuestro sol comenzará a enfriarse dentro de 5 mil millones de años, engullirá a la tierra y finalmente desaparecerá todo nuestro sistema solar, de manera silenciosa y fría, ante la mirada indiferente de un universo al que esto no le importará en lo más mínimo, porque somos diminutos.

Aarón Blanco Tejedor

Pero seguimos equivocados pues nuestro fin en proporciones cósmicas no sería más que la desaparición de un hormiguero en un desierto australiano. Es simple y cruel.

A nadie le importa.

Es aquí donde el malestar aparece, pues nuestra impostada grandilocuencia insiste en ubicarnos como el centro de todo y todos.

Pero seguimos equivocados pues nuestro fin en proporciones cósmicas no sería más que la desaparición de un hormiguero en un desierto australiano. Es simple y cruel. A nadie le importa.

Las historias fantásticas de asteroides que amenazan cada año nuestra órbita, no son menos alucinantes que las del arribo de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis o el nacimiento del Anticristo. La primera es al menos posible, pero tan lejana en probabilidades que es más fácil encontrar nuestro fin en un vuelo transatlántico, que nos caiga un rayo al salir de casa o ser víctimas mortales de un ataque de tiburón en las playas de Cartagena. (Éstas últimas, situaciones reales con estadísticas de riesgo a favor muy bajas).

¿Por qué insistimos en continuar saboteando nuestro presente con amenazas catastróficas a futuro?

Ya no quiero agradecerle a Hollywood porque el daño es muy serio y podría decirse que casi ¿irreparable?.

Crecimos viendo superproducciones muy “convincentes” sobre el fin del planeta tierra con un listado de ocurrencias cada vez más inverosímiles, desde el típico y ya conocido viejo amigo asteroide, pasando por invaciones alienígenas, estallidos de súper volcanes o guerras nucleares, hasta lo más descabellado pero atractivo: plantas que exhalan un químico que nos inducirá al suicido o epidemias zombie. Usted nómbrelas, seguramente las vio.

En todos esos escenarios, aún en el peor y más nefasto -el asteroide clásico- la tierra como planeta tiene altas probabilidades de conservar un gran número de expresiones de la vida y seguir siendo un lugar habitable, (al menos para ellas). Nosotros podemos ponernos fuera de la ecuación y el universo seguirá su curso.

Triste pero cierto.

Hoy nuevamente las noticias estallan en alarmismo por la posible invasión de Rusia a Ucrania, en el pánico global instalado por los medios de comunicación masivos y la necesidad de crear enemigos comunes, esto se traduce en una inminente guerra mundial de proporciones dantescas y aterradoras. Algo en mí, que no puedo explicar, pero siento vehementemente me dice que no será así.

Tal vez sea el hastío de estar esperando el fin del mundo vanamente desde 1999 y que el Y2K, los Mayas en 2012, Sadam, el Antrax y el COVID-19 entre otros, me hayan decepcionado tan profundamente.

https://unsplash.com/@steve_j

Puedo estar cínicamente equivocado, lo cual me reduce al absurdo de la aceptación, dirigiéndome nuevamente hacia esa angustia cotidiana del temor por el fin, rutina mediática que nos ha preparado durante décadas para “caminar juntos de la mano hacia la extinción”… y aceptarlo.

Es el principio del fin, otra vez, así que por ahora basta con poner la pantalla del teléfono boca abajo, silenciar las notificaciones y esperar que ese cielo tan azul que nos abraza a todos, esté todavía aquí mañana a la misma hora.

…seguramente estará, aún en nuestra hipotética ausencia.

 

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